Cuando una sociedad se desarrolla sin valores lo que surge es la maldad como derecho colectivo. Desde el nacimiento de la humanidad, la maldad ha formado parte de nuestra vida tanto personal como colectiva. El fenómeno que ha surgido en los últimos años es que la maldad se ha organizado no como hasta ahora lo había hecho, dentro del marco de la delincuencia, sino como colectivo social que tiene derecho a reclamar impunidad para sus fechorías.
De pequeño me enseñaron que mentir, robar, abusar o maltratar era socialmente condenable y espiritualmente reprobado por Dios.
Con el paso de los años, he ido descubriendo que a muchos no les preocupaba que estos hechos fueran socialmente condenables, sino que lo que les preocupaba era no dejar pruebas que les pudiesen incriminar.
Ahora ya no se trata de eso.
Ahora, sencillamente, de lo que se trata es de organizarse para poder mentir, robar, abusar o maltratar desde la impunidad y poder presentar estos hechos como un derecho que tienen para actuar como actúan.
Yo no me veo a mi mismo como ejemplo de muchas cuestiones, porque aún me falta mucho para llegar donde debería llegar, pero desde la imperfección de mis hechos creo que hay que promover una cadena ética que ponga en un rincón a quienes quieren hacer del mentir, robar, abusar o maltratar una norma aceptable para nuestra sociedad.
Esta cadena ética debería empezar por nosotros mismos porque a la mayoría seguramente aún nos queda mucha ropa por lavar en casa, procurando al tiempo tenderla tanto como podamos.
Entre todos y todas debemos trabajar para que los instintos más ruines y vergonzosos no tengan la cobertura legal para establecer un sistema en el que al final el egoísmo humano esté por encima del bien colectivo.
Ésta es, sin duda, la verdadera batalla para construir una sociedad con valores.
Hasta ahora nos ha preocupado la legalidad.
Ahora debemos preocuparnos por la autenticidad.
Una sociedad que vive en valores no puede conformarse con el amparo de la legalidad.
Debe exigir autenticidad.